La retorica que presentan ciertas culturas sobre los eventos
que anteceden los cambios de actitud son, en una descarada improvisación,
subjetivas a rabiar y, a la vez, sujetadas a un sinfín de cadenas de lo que comúnmente
conocemos como Ignorancia Colectiva. Una idea que presume de ser trascendental,
tan buena que sobrepasa los límites del mal, y del mismo bien, como tal.
Cuan irritante el colirio del joven placebo pasado de edad
que quiere convertir tu consciencia en la encrucijada del ‘nunca cambies’ y la característica
más instintiva y natural de la biología que es aprender de las experiencias.
Efímero fue creer que así lo fue, pues parece que ignorar la ciencia es más
complaciente que vivirla. ¿Cómo puedes ‘no cambiar’ cuando te han ocurrido
tantos eventos catastróficos? Es decir; no puedo concebir que Dios (mejor dicho
“eso”) esté montándote pruebas a diestra y siniestra (más siniestro que
diestro), sin rogar una inspiración que convenga en un cambio de actitud. ¿Para
mantener intacta tu fe o para odiarla? ¿Quién gana: el que cambia o el que no
cambió nunca?
¿Era necesaria tanta desdicha y desgracia, o desgracia y
desdicha? Uno sobrevive como puede, así es el ser humano, una evolución, como
el Venezolano. Sin embargo existen hechos que, en la penumbra; y la llamo así
porque así se le debe llamar a la religión; no tienen rostro en la existencia
del individuo. Así pues, se convierten en situaciones extravagantes con la
excusa de ser una prueba. ¿Era realmente necesario? No se salva ni el más
probo, aun cuando desde nacido, su destino era ser póstumo.
Tan sencillo como darnos cuenta del problema que significa
ser humano, somos una peste después de todo. La naturaleza sobrevive a pesar de
nosotros, ella sigue siendo naturaleza.
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