Muchas veces sucede que le abrimos las ventanas a la inmundicia del hogar para dejarla ir, así nuestra visita se sentiría más confortada. Esto pasa frecuentemente en las personas sin cariño, esos que no logran comprender que el cariño se enfrenta ante lo que sueles resolver entre tus manos. Mientras que los más necesitados de afecto mienten con su cara lo que por dentro gritan con mucho dolor.
Ella era para mi una persona imprescindible. Se me hacía imposible mirarla sin sonreír o pensar en ella sin mirarla dentro de mi, sobretodo las veces que tiraba sus frases al aire como esperando que yo las cogiera de la mano...
Tarado, espero que no pienses que eso era contigo. -Me dejó en las manos ese golpe de indiferencia e ilusión.
Está bien si no es conmigo. -Dije en seco, recordando mantener la compostura. -Soy lo suficientemente tarado como para sentir celos. -Recordé las millones de historias de desamor que me había contado.
No lo es... -Me congelé por partes en las que mi miedo me alcanzaba. -...Tú nunca me has dicho esas sandeces imbéciles. -Entonces noté que su lenguaje ya era más cansado de lo normal.
-Aunque conocía la respuesta a mis dudas, quise demostrarme a mi mismo que no lo sabía todo. -¿Que sandeces imbéciles? -Le pregunté solo para soñar con una respuesta diferente.
Esas de "Eres una de las mejores personas que conozco, contigo me siento tan bien hablando porque me comprendes" y bla bla bla. -Me dijo casi inmediatamente, pude notar que ya estaba aturdida de la situación.
¿Tengo que decírtelas? -Seguramente sentí que podía decirme lo que yo quería, cuando mi cerebro me hacía jugarretas sobre mis expectativas y la coherencia de mis pensamientos.
No, preferiría que no. Siempre que las dicen me ponen mal.Porque ya me cansé de la misma mariquera una y otra vez. -Me sorprendió lo alterada que parecía.
No está demás que sepas que lo eres, solo no te lo diré. -Le dije sonriente, como si mi sonrisa trascendiera las distancias entre nuestras almas. -Lo mismo pasa con los abrazos; no te los daré, pero tampoco está de más que sepas que te quiero. -De pronto pensé en lo que acababa de decir, siempre sin seriedad. Aludiendo mi desinterés, me interesé. -¿Que quieres que te digan?
No quiero que me digan nada, quiero que me escuchen. -Lo dijo como esperando que yo lo supiera. -Entre más sabes escuchar, más problemas tienes. Quien se cree mi mejor amigo, el que me habla de su vida una y otra vez, me preguntó que si era anoréxica... -No sabía de quien hablábamos, me sentí confundido. -...Y creo que dejo bastante claro lo preocupada que estoy por subir de peso. -Solo podía pensar en mi profesión.
¿Ves? -Respondí inmediatamente para callarle la boca. -Yo se muy bien de tu problema para aumentar de peso, por eso te ofrezco Herbalife.
-Sentí una mirada escalofriante de su parte. -Conozco a todo el mundo, escucho a todo el mundo y nadie me conoce a mí. Pero, creo que deja de importarme. -Creo que se sentía mal, quería resolver sus problemas. -Oneiver... Creo que he demostrado ser lo suficientemente inteligente como para aceptar un problema y buscarle una solución factible.
Te quería decir que no me pidas que te conozca bien, de hecho me da igual conocerte o no, tampoco me pidas que recuerde tus problemas porque aveces no logro ni recordar los míos. -Me sentí atrapado en la manera en que podía leer mi mente. -Pero yo siempre voy a "escucharte" o "leerte" porque si puedo ayudarte, lo haré.
Yo no lo decía como una petición disfrazada. -Creo que la hice sentir incomoda, haciéndole creer que pienso que es una necesitada. -Pues vale, algún defecto debía tener.
El cerrado soy yo, el seco soy yo, el odioso soy yo, el que no te va a visitar soy yo, pero parece que la que aun no acepta nuestra amistad eres tu. -Le dije de manera condescendiente.
Comprendo... -Totalmente sin emoción. -Soy testaruda, caprichosa, maldita, insegura e inconforme. Y maldita... Lo que tu me dices ya está más que repetido. -Se sentía que estaba alterada, después de tanto que se quejaba de su madre. -Soy tan mierda, que ya deja de gustarme que me digan eso. Porque lo caprichosa que soy, no me permite verle lo lindo.
¿Y? ¿Sabes qué? -Le dije muy retador.
Y si vas a enfadarte conmigo, hazlo. -Ya estaba harta de mi. -Qué coño, yo no tengo la culpa de que la gente me hable siempre la misma mariquera. -Habló como si supiera lo que iba a decirle. Tal vez si lo sabía. -Y que no la demuestre de una forma la cual yo pueda ver.
-Volví a pensar en lo que me dijo. -No. De hecho, me da igual que seas "testaruda, inconforme, insegura, maldita, desgraciada". Me da igual que no te guste que te digan esas cosas. Me da igual que la gente te hable todo el tiempo de la misma mariquera. -Creo que con cada palabra que decía, mi mente se encolerizaba cada vez más por lo ofendido que llegué a sentirme.
A mí también, ya hasta deja de molestarme. -No, ella no sabía que estaba a punto de decirle eso.
Eso no va a hacer que te deje de querer, que deje de pensar que eres una increíble persona, que deje de joderte la paciencia cuando esté aburrido, que deje de escribir y pida tu opinión. -Por unos instantes sentí que hablaba sin emociones conscientes, no podía expresar el malestar en mi ego.
Tampoco busco que mis palabras logren eso. -Me preguntaba si de verdad me estaba entendiendo o si mis palabras habían tocado su razón.
-Me demostró que podría seguir insultando mis capacidades. Dentro de su dolor, pude sentir sus palabras. -Que todo el mundo diga "Te amo" no significa que algunos no lo sintamos.
Yo solo quiero alguien que deje de poner mala cara cuando le hable de mí. Alguna persona que en verdad se esfuerce por saber qué me sucede y que se empeñe en ayudarme. -No se si eso me dio una ilusión ridícula, como si hablara de mi. Me entendió. -Oh, wait, esa persona no existe para mí, porque soy yo misma. -Me desplomé.
Ok. Buenas noches. -Le dije sin premisas, sin necesidad de necesitarla. Solo podía pensar en que no me necesitaba, aunque todo se lo dí.
"Solo porque alguien no te ame como tú quieres, no significa que no te ame con todo su ser."
− Gabriel García Marquez.
Me alejé lo suficiente como para recordar que la existencia era innecesaria. Esto me hizo pensar en las miles de cosas que la vida me estaba dando a mis espaldas, a las espaldas de todos. Que el mundo era solamente yo y yo no era nadie en el mundo. Cosas que solo yo podía entenderme, entre uno que otro compañero intelectual.
-Tenía que aceptarlo, yo no le hacía falta, así que decidí que ella me iba a hacer falta a mi, así que cogí mis ideas anónimas, corrí a donde estaba y le escribí. -Estúpida exageración de mujer (No quiero decir que seas una mujer exagerada, dado que la mayoría lo es). -Le dije bajo anonimato.
Entendí antes de que me explicaras. Creo que te refieres a que soy tan mujer, que resulta exagerado. -Parecía que no entendía la situación o que no recordaba lo sucedido días atrás. -¿Es eso? ¿Lo he pillado?
Completamente. Me encantas pero me causas tanta molestia. -Ya me sentía seguro que ignoraba mi identidad.
Es que soy como el Sol. -Ya veía venir su hermosa lírica. -Doy calor, que puede ser bueno, así como puede ser una completa ladilla.
Supongo que no tienes ni la más mínima idea de quien soy. -No lo sabía, estaba seguro. -Me alegro, espero que tampoco me extrañes, porque no me necesitas.
Supe quién eras cuando me llamaste "estúpida". Ustedes los hombres son muy transparentes. -Sentí el terror de haber sido descubierto. Que idiota soy. -"Tampoco me extrañes"... ¿Tampoco? Tú no me extrañas.
No sabes quien soy, obviamente. -Algo de mi esperaba que no me reconociera, dentro de mis actos infantes.
Sé tu nombre, tu apellido y lo que estudias. Sé dónde vives, tu edad y la fecha de tu cumpleaños. Te he visto resentido con el mundo, dolido con la vida. -Maldije trescientas veces mi falta de disimulo. -Sé quién eres, porque sabía que vendrías a mí.
-Me aproveché de esa última frase, sabía que podía ahorcar sus palabras. -Si sabías que iría hasta ti. ¿Por qué pensaste que no te extrañaba? ¿O es que acaso tu pedante y prepotente consciencia no te ha dejado hacerte lo suficientemente importante como para recordar que te siento y que, en mis posibilidades, estoy para ti? -Mi ego al aire, nuevamente. Me quería sentir elevado, que la conocía, que le dolía. -No sabes quien soy.
Porque mi consciencia es imbécil. Casi pareciera que me odia. Me hace ver las cosas de una forma horrible, y por tanto, me hace pensar que soy... "nada". -Creo que la comprendí. -Te conozco. -Algo me decía que me conocía mejor de lo que yo lo hago. La conseguí pensando en mi y supo enfrentarme cara a cara. -Que sepas que te extraño. Y que lo digo solo porque aquel día fui imprudente. -Rayos, me descubrió. Volví a maldecir. -Y que te conozco. -Si, si me conocía.
¿Imprudente? -Sentí que me engañaba. -La imprudencia es solo no pensar las cosas antes de actuar, eso es instinto y significa más verdad que la verdad. -Se que dije una gran verdad. -No puedes extrañarme si no te importo. Y eso fue lo que significó esa discusión contigo. Que no te importo. -¿Será que no entiende lo mucho que me duele su existencia? -No se por qué esperaba importante, no nos conocemos y no somos nadie, al igual que todo el mundo. -Ahí estaba yo con mis problemas existenciales. -Creo que solo me dejé llevar por el instinto. Yo si fui imprudente en darte cariño.
No es que no me importes. No actúes ahora como si fueras cualquier cosa. -Me golpeó con sus palabras. No nos entendimos -¿Y crees que no lo noto? ¿Que no lo siento? ¿Crees que no me gusta que me quieras?
No soy cualquier cosa, pero todos lo somos. -Entre mis vuelcos existenciales, decía las cosas como a ella le gustaban: objetivas. -Lo que quiero decir es que traté de darle importancia a nuestra "amistad" cuando nunca existe esa "importancia". Las amistades no son importantes. -Por un instante me importó que pensara que no me importaba. -Y no, no estoy molesto ni ando deprimido, solo estoy hablándote imprudentemente, desde mi instinto.
Pues mira, ahora soy más imprudente todavía porque yo les doy importancia. -No entendía la imprudencia, pero me hizo sonreír. -Estás siendo tan calmado y tan honesto como siempre. Lo sé, dije que te conozco. -Si, si me conocías. Tomé eso como un cumplido. -Solo soy honesta. Pero me es imposible expresarme del todo, sabiendo que crees que las amistades no importan. No sé cómo hacerte saber que me importas, si no me creerás. -Me confundí entre su divagues emotivos. Como me gustan. -Y quiero que lo sepas, que confíes plenamente en eso. Desde aquel día, te he pensado. No todo el día, pero bastaron cinco minutos para saber que al hablar de mi dolor, podía menospreciar a los demás. Y ahorita, a quien menos quiero darle motivos para que piense que no me importa, es a ti. -Comprendí que si le importo o eso creo.
¿Te has dado cuenta de que no menosprecias a nadie con tu dolor? -Ahora se que si le importo, ahora debo hacerle entender, a mi manera, de lo mucho que me gusta estar con ella. -Me menospreciaste al decir que nadie atiende tu dolor. ¿Acaso yo no me he tragado tantas cosas para solo preguntarte "Que tienes" y tratar de hacerte reír solo porque no me respondiste? -Aproveché el recurso para resaltar que no quiero aceptar cuanto me conoce. -Obviamente no me conoces, porque te creo. Pero no sabes que no me importa.
Eso no lo sabía, porque no se sabe lo que no se ve... -Me dijo con un relajo notable.
Un ejemplar exagerado de una mujer. Aunque te diga mil veces que lo hago, no lo has notado. -Sentía aires de sabiduría.
¿Qué no te importa? ¿Que no te conozca? -Comenzó a dudar.
No me importa si te importa. No me importa si te creo o no. No me importa si me crees o no. No me importa si me extrañas o te extraño. -No quería pensar más, quería regresar a ser lo que eramos antes, pero debía entenderme en su totalidad. -Solo me importaba que me sonrieras por mi esfuerzo y el cariño que te daba.
Y no lo hice por mi pedante consciencia que me hacía creer que no te importaba... -Esta vez ella quería hacerme entender lo que yo no quería aceptar. -Tenía en ti lo que siempre he querido, y no lo vi por querer algo que no sé ver.
-Sonreí sin poder controlarlo, sin dejar que notara mi sonrisa inocente. -Más nunca te diré que te quiero.
No lo hagas... -Contestó seca.
Te quiero... -Le dije sonriente, esta vez ya había notado mi alegría.
Mentiroso. -Se que esta vez ella estaba sonriendo.
Así aprenderás a no confiar en mi. -Por un instante no sabía lo que decía.
No quiero aprender. -Me enamoré de sus respuestas.
Parece que ya me estás entendiendo. ¿Te gustaría disfrutar de nuestras sonrisas un rato más? O hasta que nos duela la vida. -Ya me asentaba en poesía, enamorado de su sonrisa.
O hasta que nos dé sueño. -Ella también era poeta, por lo que querernos se nos hacía tan fácil. -Mientras, quédate conmigo.
Es tan fácil olvidarse de quien todo te lo ha dado, porque siempre está ahí cuando puede. Es más fácil recordar a quien nunca está porque se le extraña.
No hay comentarios:
Publicar un comentario